miércoles, agosto 31, 2016

Imposible no caer en esta tentación

Imposible no caer en esta tentación:

Cuando la explosión Auster aconteció en lengua castellana no me interesó. Era un autor excesivamente encantador, alto y yanqui para mi gusto. Su teoría del azar me tenía sin cuidado. Otro norteamericano fascinado por la cultura europea, otro aspirante a intelectual lejos de casa, pensé. Puse en acción el gesto púber de prescindir de él. De dejarlo pasar. Uno también elige a sus autores de cabecera de ese modo. Haciendo abuso del gusto. Con impunidad, seleccionamos despóticamente a quién sí, a quién no. No se lee para quedar bien con nadie.

El tiempo lo puso delante de mis ojos varios años después. Imposible no caer en la tentación. Empecé por La invención de la soledad , ese libro en que Paul Auster se despide de su padre, poniéndoselo encima. “Cuando el padre muere, el hijo se convierte en su propio padre”. Por entonces, yo había tenido mi propio duelo. Ya me había enfrentado a los objetos sobrevivientes, ese espanto, y no había podido ver su cuerpo. No ver el final de mi padre me hizo especular mil veces con su vuelta. El cuerpo y el hombre, dos asuntos. Cosas distintas, escribe Auster. Mientras él encontraba otras versiones del suyo, el álbum vacío de su familia, yo imaginaba pliegues del tiempo en los que el mío existía prescindiendo de su pasado, es decir de mí. Un padre atrás, otro adelante. Encontré no sólo una ficción en torno a la pérdida, sino un libro que contenía distintas especulaciones sobre la memoria “el espacio en que una cosa sucede por segunda vez”, la evocación del pasado como infierno, la certeza de que la distancia es una segunda piel.

En La trilogía de Nueva York, Auster tensa los conceptos de realidad e invención, enajenación y aventura, dando como resultado una escritura mestiza, una especie de Edmond Jabès en clave policial. Un Beckett pulp. “En la oscuridad hablo el lenguaje de Dios y nadie me oye”. En La ciudad de cristal, el primero de los libros que la integra, Daniel Quinn escribe novelas de misterio que firma como William Wilson. Mientras todos suponen que Quinn ha dejado de escribir, Wilson logra cierto éxito gracias a su personaje de ficción, el detective Max Work. Quinn es un trío en sí mismo, aunque Wilson sólo sea un puente para llegar a Work. El escritor y el detective son intercambiables. Como si no fuera suficiente, William Wilson es un personaje de Edgard Alan Poe, aquel que mataba a su doble perverso condenando su propia existencia. Entonces, una noche cualquiera suena el teléfono. ¿Es usted Paul Auster? No, responde Quinn. Tras una serie de llamados nocturnos, resuelve asumir esa nueva personalidad. No por él, sino para darle el gusto a Work. Ya son cinco en uno. El que llama, dice ser y no ser Peter Stillman. En cualquier caso, está amenazado de muerte y requiere de sus servicios. Su padre, otro Peter Stillman, quiere matarlo. Al verlo, Quinn piensa en su propio hijo muerto que se llamaba Peter. Stillman habla extraño, o mejor dicho, es hablado.

No sólo hay superpoblación en el elenco, cada movimiento, cada avance, es una summa del pensamiento universal. Paul Auster escribe su versión de Babel adueñándose de palabras ajenas, nombres falsos y mitos alterados sobre el mapa de Nueva York, que hiede a hamburguesas y café quemado.

Fantasmas continúa con las reflexiones en torno a la observación, la identidad, la escritura. Las referencias literarias son huellas textuales, reescritura fuera de lugar. La trama es sencilla. El desenlace, oscuro. Hay un cliente, Blanco. Un observador, Azul. Un observado, Negro. En el medio, informes. La descripción objetiva de los hechos. Y el pago en consecuencia. En la vigilancia de Negro, Azul se topa consigo mismo. Observar al otro es observarse. “El otro es un vacío en la textura de las cosas”. La ausencia y el tiempo conspiran contra la tarea.

En La habitación cerrada, Auster recurre a la primera persona. Pero quién es yo. Yo es otro, escribió Rimbaud en sus Cartas del Vidente . “Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente”. La captura del instante es una invitación a la incertidumbre. El yo que narra devora al otro, asume su lugar. La trilogía... es pura distorsión, giros en torno a la locura. Los nombres y los roles se cruzan. La multiplicación es un prisma del clásico doppelgänger : refracta, refleja y descompone. Auster elabora tramas que reivindican la lectura. Si todo libro es evocación, en sus novelas se ocultan Baudelaire, Melville, Hawthorne, Whitman, Cervantes, Gógol, Kafka, Derrida, Blanchot o Hamsun.

Imposible no caer y disfrutar de las heridas.

Fernanda García Lao es narradora, poeta y dramaturga. Acaba de reeditar su novela Muerta de hambre (Emecé), que ganó el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes.

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